24.6.07

y si no fuera por este frio de mierda que nos hace gastar plata, que ir a comprar la parafina a la copec, que los galones de gas para la estufa, que los diarios pa hacerle una camita calientita a los perros, que los pies helados, que las manos moradas, que la nariz congelada, que los besos con labios fríos y tanta weá. No estoy picado o enojado o sinónimos de eso, pero es que el frío me tiene chato, completamente chato, me iría a arica para andar a pata pelá por la casa, pero no, estamos en santiago. Santiago, esta ciudad mal cuidada, que si vivís lejos ni dan ganas de salir, porque las micros, porque los tacos, porque la gente enojada, o ni siquiera enojada, sólo cansada, cansada y aburrida de tanta perdida de tiempo, de tanto empujarse, de tanto sin respeto que anda caminando. Esta ciudad que la mitad del día la odiamos, pero nos reconciliamos de inmediato, sobre todo las veces que los chubascos limpian la niebla que se nos instala encima de las cabezas, la niebla gris y cochina de los automoviles, de los furgones, de los autos sin licencia, sin patente, y los días después de la lluvia, lluvia-acida o lluvia-dulce, queda esa vista preciosa de la cordillera nevada, nevada hasta abajo y se llegan a diferenciar los arboles de las casas, incluso ver el ladrido de los perros cordilleranos, y aunque dure apenas un par de horas porque el humo súbe rapidito y se queda inmóvil y otra vez nos tapa la vista de todo, hasta de la torre entel, sonreímos, como tontos, pero sonreímos, yo, apretado y pegado a la puerta del vagón numero dos, mirando desde la curva de pedreros la cordillera, ya sin nieve, ya sin humo.

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