12.6.07

Es la lógica, cuando estoy sin ganas para escribir busco textos de autores conocidos o desconocidos y los expongo acá, de alguna manera puede ser el reflejo de lo que me gustaría haber dicho y no dije, de lo que me gustaría haber escrito y no escribí porque no se me ocurrió o no conozco del tema o simplemente porque me gustan.


[...] Cuando el mozo deja frente a nosotros los dos balones, Dionisio sonríe por primera vez, pero es una sonrisa gris, sin impulso, apagada. ¡Qué seguro estaba yo! ¿Te acordás? Claro que me acuerdo. Ya no puedo seguir sin preguntarle. Y le pregunto. Estuvo preso, claro, quién no. Sólo cuatro meses. Los agarraron a él y cinco más, incluido Ruben, en una reunión en lo de Vicky. ¿Te acordás de Vicky? Por supuesto. No es para olvidarla. Casi le digo eso, pero me freno, quizá porque tengo la impresión de que está a punto de llorar y que ahí está el nudo del problema. Vicky era su noviecita. Y todo tenía aspecto de amor eterno. Siempre se los veía juntos: en el parque, en las asambleas estudiantiles, en el ómnibus, en el cine, en la Facultad. La llevaron con nosotros. Al principio nos trataron correctamente. Era el bueno. Como no consiguieron sacarnos nada, nos pasaron al malo, que ni siquiera se demoró en la etapa de los piñazos. Directamente a la máquina. No sabés lo que es eso. Sufrís por vos y por los otros. Nunca nos amasijaban simultáneamente. Se la agarraban con uno, y que los demás imaginaran lo peor, bajo la capucha. Tan es así que cuando llega el momento de que te la apliquen a vos, tratás de gritar lo menos posible [aunque es imposible no gritar] para joder menos a los que escuchan y no ven. Así estuvimos quince días. De pronto veo que se afloja, que se tapa la cara con las dos manos. La voz empieza a llegarme entrecortada, por entre sus dedos húmedos y crispados. La única vez que me sacaron la capucha fue cuando la violaron frente a mí. Me tenían amarrado, desnudo. Y a ella a tres metros, desnuda, con las muñecas y los tobillos atados a una tabla ancha, en el suelo. Fueron como diez. Y ella sabía que yo estaba allí, impotente. Al principio gritó como loca, luego se desmayó, pero ellos siguieron, siguieron. Yo quería cerrar los ojos, pero los tipos se daban cuenta y me los abrían a la fuerza. Tuvieron que llevarla al Hospital Militar. Casi se les muere. Un mes después nos soltaron a todos, menos a Ruben. No sé qué hacer. Le pongo una mano en el brazo. La gente del café lo mira gemir y balbucear. [...]

mario benedetti, con y sin nostalgia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Camilo...
ayer lo leí y morí
hoy paso de nuevo lo mismo
es raro como se aprieta todo


nos vemos!

Camila dijo...

Parece que me dolio un poquito.

la misma tonta gil de siempre dijo...

Me dio cosita en la guata.