31.12.07

La niña de la Higuera (2)


Cada uno tiene sus manías. La mía era dibujar esferas de reloj. A menudo, en la clase, mientras el profe de Filosofía se explayaba sobre la fenomenología del espíritu, de Hegel, y el tedio cundía en la clase de cuarto, otros diseñaban gallitos, patos, estrellas de cinco o seis puntas y sobre todo mujeres desnudas, pero yo dibujaba esferas de reloj, siempre con números romanos. A la hora de situar las agujas, mi hora preferida era las 3 y 10, hora clave en mi breve trayectoria. A las 3 y 10 habíamos descubierto el cadáver del Dando; a las 3 y 10 había muerto mamá; a las 3 y 10 Rita había invadido mi altillo de Capurro; en otras 3 y 10 había sido mi estreno con Natalia.

Nunca fui supersticioso, y sin embargo, todos los días cuando llegaba esa hora, me ponía tenso, alerta, como si algo inesperado pudiera sobrevenir. Casi nunca pasaba nada, u ocurría algo intrascendente (sonaba una bocina lejana, alguien llamaba a la puerta, empezaban a ladrar los perros del barrio) que para mí adquiría una forzada trascendencia. Si estaba durmiendo la siesta, a esa hora me despertaba sobresaltado, o, si seguía durmiendo, ingresaba de pronto en un ensueño singular o en una pesadilla atroz. En cambio, las 3 y 10 de la madrugada no tenían ninguna importancia: las decisivas era las de la tarde.

Terminé el Liceo sin mayores contratiempos. Con resultados nada brillantes en asignaturas de ciencias (salvo Matemáticas, que me sedujo desde el comienzo) y más que buenos en Literatura, Historia, Dibujo. Mi proyecto era dedicarme a la pintura, en vez de inscribirme en Preparatorios. “Esta bien”, dijo el viejo, “pero entonces tendrás que trabajar. No creo que como futuro pintor te ganes el puchero.” Habló con varios amigos y poco después ingresé, como simple pinche (ayudante) , en Dominó S.A., conocida agencia de publicidad. Dos meses después empecé a colaborar en la reproducción casi mecánica de diseños ajenos y, de ves en cuando, en diseños propios, por cierto sencillitos y nada pretenciosos.

Es decir que a los diecisiete años tenía para mis gastos: libros, cine, algún baile, y sobre todo papel de dibujo, crayolas, acuarelas, pinceles, para mis bocetos privados, entre los cuales abundaban, como era previsible, los relojes.

Una tarde tomaba un cortado en el Sportman y saqué del portafolio un bloc y varios lápices. Mientras pensaba en un croquis que me habían encargado en la agencia para el lunes, mi lápiz empezó, casi independientemente de mi voluntad, a dibujar una esfera de reloj. Ya había esbozado los doce número romanos, cuando alguien, a mí lado, dijo “Claudio”.

Antes aún de mirar al dueño (o más bien dueña) de la voz, supe que era Rita. Me tomó la cara con las dos manos y me besó en la mejilla, junto a la comisura de los labios. Un beso que llegaba desde el pasado. No podía creerlo. Los ojos verdes se le habían oscurecido, el pelo castaño le colgaba hasta los hombros, en los brazos desnudos había una región de pecas que me parecieron un detalle poco menos que maravilloso. Seguía delgada, pero su atractivo (ahora, toda un mujer) se había consolidado, sin perder un aura de fragilidad que la conectaba con la Rita que, años atrás (¿cuántos eran?) se había deslizado desde la higuera de Norberto a mi altillo de Capurro.

Al principio nos atropellamos haciéndonos preguntas. Sí, seguía viviendo en Córdoba. Trabajaba como azafata en una compañía aérea, de modo que viajaba constantemente, dentro de Argentina y también en vuelos especiales al exterior. Sus padres residían en Santa Fe, y ella vivía con una hermana mayor, casada, arquitecta, con la que se llevaba bien. Eso fue algo de lo poco que le extraje, ya que su bombardeo de interrogantes casi no me permitía formular las mías, pero al fin se dio, y me dio, un respiro, y pude hacer la pregunta del millón: “¿Lo has visto a Norberto?” “¿A Norberto?” “Sí, tu primo de Capurro.” Por un instante vaciló y luego estalló en una carcajada. “Norberto no es mi primo. Simplemente aquel día usé su nombre como introducción, para inspirarte confianza.” No quedé convencido. “¿Y cómo entraste en el altillo a través de la higuera de Norberto?” Suspiró y quedó más linda. “La historia es a la vez simple y compleja. Estaba parando por unos días en casa de amigos de mi hermana, vecinos a su vez de Norberto, y ellos hablaron con preocupación de la enfermedad y la inminente muerte de tu madre y asimismo de vos y de tu hermanita, y me entraron unas tremendas ganas, no de consolarte sino de acompañarte, de tocarte, de transmitirte cariño, que es lo que en esos momento se necesita. No sé si te acordás que el patio de Norberto terminaba en un corredorcito que lindaba con la casa de mis amigos. Pues buen, ese corredorcito tenía unos ladrillos salientes por los que resultaba bastante fácil subir o bajar. Por esa ruta llegué a la higuera y por la misma ruta me fui.” “¿Y si algún familiar de Norberto te sorprendía?” “Bah, travesuras de niña. Eso suele aceptarse, aunque a veces te ligues un moquete. Probablemente ahora no podría esgrimir una excusa semejante. Pero lo cierto es que nadie me vio. Sólo vos.” En el fondo yo quería convencerme, así que respiré aliviado, como si hubiera contenido el aliento durante todos esos años.

“¿Ya asimilaste la muerte de tu madre?” “Y sí, ¿qué más remedio?” “La muerte no es tan grave, Claudio.” “¿Vos cómo te la imaginás?” “Yo la concibo como un sueño repetido, pero no un sueño circular, sino una repetición en espiral. Cada vez que volvés a pasar por un mismo episodio, lo ves a más distancia, y eso te hace comprenderlo mejor.” Esa interpretación me sobrepasaba, así que cambié de tema. “¿Y esta vez dónde estás viviendo?” “En pleno Centro: Mercedes y Ejido.” “¿Puedo verte allí?” Lo pensó un momento, con los labios apretados y la mirada distante. Luego dijo: “Vení mañana. Estaré sola. Aquí te anoto la dirección: Mercedes 1352.” “¿Es un apartamento?” “No, es una casa. Muy linda, ya la verás.”

Vio mi reloj dibujado, al que todavía le faltaban las agujas. “¿Puedo terminarlo?”, preguntó. Colocó un libro delante del papel, para que yo no viera lo que estaba haciendo. Después le dio vuelta y me lo dio. “Vení a verme mañana, a la hora que aquí te dibujé. Pero ahora guárdalo. Después lo mirás.”

Salimos del café, y caminamos una cuadra pero no alcanzamos a cruzar Dieciocho. Con tantas emociones, no me había dado cuenta de que el cielo se había encapotado, de modo que me sorprendí cuando empezó a llover., y siguió cada vez con más fuerza. Corrimos unos metros, pero aquello era un diluvio. Ya no era posible regresar al café, así que nos metimos en una entrada de apartamentos, que estaba más oscura aún que la calle. Como el agua entraba también allí, nos metimos más adentro. No había nadie. Ella me tomó la mano, se la llevó a los labios mojados por la lluvia y me la besó varias veces. La oscuridad de adentro y la inclemencia de afuera nos protegían del mundo. De modo que la abracé, tan tiernamente como puede hacerlo alguien que ha cultivado una ausencia durante años.

Nos besamos y nos besamos, nos acariciamos y nos volvimos a acariciar. Me sentí en la gloria y era inevitable que pensara en la jornada siguiente, en la casa de la calle Mercedes. Ya no importaba si seguía lloviendo o si había escampado. Tuvimos otra vez noción de que el mundo existía cuando alguien, con voz seca y conteniendo la indignación, dijo en mi nuca: “Con su permiso, jóvenes”, para que le permitiéramos llegar al ascensor. Balbuceamos perdón y sólo entonces vimos el sol de la calle. Rita miró su reloj pulsera y casi grito: “Se me hizo tarde. Tengo que llegar.” “¿A dónde?” pregunté, desconcertado y ansioso. “Tengo que llegar”, repitió. “Mañana nos vemos. No te olvides. Chau.” Y me dio un último, fugacísimo beso, antes de salir corriendo por Dieciocho en dirección a la plaza.

Regresé a casa caminando. Quería repasar a solas, morosamente, todo el encuentro. De modo que Rita seguía existiendo. ¿Y si yo me fuera a Córdoba? ¿Por qué no? ¿O tendría novio, marido o algo así? ¿Cómo no se lo pregunté? Cuando llegué a la calle Ariosto, saludé sumariamente a Elenita y a Juliska y me metí en mi cuarto, que infortunadamente no tenía higuera, ni siquiera ventana.

Extraje cuidadosamente del portafolio el papel con la esfera del reloj. Las agujas dibujadas por Rita señalaban (¿qué otra cosa podía ser?) las 3 y 10. Había sin embargo un detalle adicional: la aguja del minutero, que apuntaba al II romano, era la figura de un hombrecito desnudo, en tanto que la del horario, que apuntaba al III romano, era una mujercita, igualmente en cueros. El hombrecito-minutero estaba a punto de cubrir a la mujercita-horario. ¡Nuestra cita de mañana! exclamé, radiante, con euforia de minutero.

Al día siguiente, antes de las 3 y 10, estaba en Mercedes y Ejido. A medida que me acercaba, me había ido inundando un temor, que al final era casi pánico. Pronto mis recelos tuvieron confirmación: el número 1352 no existía.

Durante todo un mes, fui diariamente al Sportman, a la misma hora que el día del aguacero, pero Rita no reapareció. Seis meses después, compré una caja nueva de pasteles y pinté un cuadro: era una esfera de reloj con números romanos, con el hombrecito-minutero y la mujercita-horario que señalaban las 3 y 10. Lo titulé La hora del amor y lo subtitulé: “Homenaje a Rita.” Obtuve el tercer premio en el Primer Salón de Pintura al Pastel, pero la homenajeada no respondió a mi llamada de amor indio.

En la agencia fui felicitado, y mi jefe, muy orgulloso “de tener entre el personal de la agencia a un artista laureado [sic], me aumentó el sueldo y empezó a encomendarme tareas más creativas y de una mayor responsabilidad.

27.12.07

todas las demás son aburridas


- Algunas veces uso mis jeans por mas de una semana hasta que estan bien sucios. Eso me hace sentir mas cerca de ti.

- ¿Qué quieres que te diga sobre eso?

- Nada. Nada.

- ¿Cómo está tu novio? ¿Tienes un novio nuevo? ¿Un novio de pelo largo, que practica salto de caída libre y surf? ¿Te lleva a hacer surf? Invítame, iré contigo. No sé hacer surf, pero quiero decir, si quieres.

- No tengo un novio. Y tienes un problema grave de distorsion de la realidad. Podrías dormir con todo el planeta y aun así sentirte rechazado. Por favor quisiera que te fueras.

- Me gustan tus pechos. Me gustan, son modestos y nada pretenciosos. Te agradecería si algún día me los muestras.

- No hay mucho que ver. Vete.

- ¡El entrepiso! Terminaste el entrepiso, pensé que nunca lo terminarías, como el bote y todo lo demás. ¿Esta cama es fuerte? (saltando sobre ella). ¿Resiste un tipo? ¿Una pareja?

- ¡Que estas haciendo! Sal de ahi… Sal de aquí.

- ¡No!

- Sal o llamo a tu madre.

- No, ¿a mi madre? No. No. A mi madre no.

- Vas a perder el vuelo.

- ¡No me importa! ¡No me importa!

- ¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho? ¿Dime que quieres que haga?

- No sé. ¿Tal vez tocarme el pelo o algo?

- No puedo hacer eso. ¿Por qué yo?

- Porque todas las demás son aburridas… y porque tu eres diferente… No te gusto (sollozos).

19.12.07



Las estadísticas lo han demostrado, dos de cada cuatro militares vuelven a ser humanos.
Manuel Garcia será invitado especial y encargado de abrir el concierto que ofrecerán los Chancho en piedra versionando en clave rock la Cantata Santa Maria de Iquique.

El espectáculo es gratuito y será este Jueves 20 a las 20:00 hrs. en el Paseo Bulnes, frente a la Moneda.-

18.12.07

cultura garrera

Lo mas importante
en la Garra es
Reventar al chuncho
a puras puñaláh

Ríe cuando el chuncho este sangrando ( ¡por el hoyo! )
Ríe cuando vayan a morir ( ¡morir! )
Si una gran ciudad ( ¡los chunchos! )
Quieren construir
Al hogar de cristo van a ir a dormir
Chupa la cuelga chuncho maricón
Chupa la cuelga chuncho maricón

letra y música: guachos de la garra blanca
alias
manueles garcías

9.12.07

"En nuestra historia de amor, que el viento arrastró la noche a otro lugar, donde con violencia el mar se enrrolla como una blanca amapóla. Yo al tocar tus labios solo encuentro estrellas hechas de sal, otras son de cristal. Donde gira el huracán enojado como un dios, con poder de levantar los cuatro vientos y azotar la playa y entrar en tu casa y poner las cortinas de golpe a volar, mis barcos son de cristal".

autor de la letra y de una guitarra que hipnotiza: manuel garcia.


(nota : transcribí la letra de una grabación de una tocata, ojalá sea así)

5.12.07

Querido Diario:

He hecho caleta de cosas que no he querido contarte, pero resumiendo: estoy terrible contento y tú? Ya te voy a conseguir una bloga mujer para que se conozcan y hagan cositas.