17.1.07

y bien, la micro comienza a coparse de gente. un ciego desafina con su flauta y alegra el silencio de agosto, yo con el de Garcia Marquez en mi mano y diagnostico a quien merezca éste asiento, éste sofá, ésta butaca. El ciego no es tan ciego. Mientras zigzagueamos pasan por mi lado y los esquivo como si tuvieran rabia, influenza o algún virus, no los toco, por educación o no los toco porque pueden ser suceptibles a mi hombro o a mi cabeza y encíma enojarse. Pasan por mi lado. Vuelvo al siglo de soledad pero el chofer y su complejo de formula uno altera mi lectura, tengo que afirmarme bien afirmao. Dejo el libro abierto pegado a mi pecho y me dedico a observar, quizás se súba una niñalinda - pienso - pero nada. nadie sube. Atrás una señora, a mi izquierda un hombre de unos sesenta años, frente a mi dos hombres más de ciencuenta y seis o cincuenta y tres años, a mi derecha un pantalón azúl y el comienzo (o fin) de una parca verde, y la pereza de no levantar la cabeza y quitar la duda de saber si es hombre o mujer.
¿Ella en qué pensará? dirá por ejemplo: ¿porqué ese niñito no se para y me dá su asiento? uno aquí con bolsas y cansada.
El viejo que vá al lado mio se levantó, pidió permiso, caminó, tocó el timbre y se bajó.
Ahora su puesto es mio, y el mio es de ella.
Ahora si quedó contenta la vieja fea.
¿Me dá permiso porfavor?, me mira no más y gira cuarenta y cinco grados en el asiento - vieja floja que no se para-. Permiso, gracias, permiso, gracias -estiro mi brazo- permiso permiso.
Aquí porfavor.
GRAAACIAs


agosto dosmilcinco

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